Te ofreciste
y te han aceptado para ser abanderado del Cristo del Olvida. i
Qué orgulloso te sientes al pasear envuelto en esa bandera
que ha arropado a tantos y tantos orgaceños!. Feliz y halagado
convidas a tus parientes y amigos a tostones y limonada en tu
casa.
Corriendo
el tiempo y quizá algo más tarde de lo debido, buscas
un maestro de los pocos que se dedican a ese menester, para que
te instruya en el juego. Cuando coges la bandera por primera vez
dispuesto a jugarla, es cuando comienza tu calvario. Habiendo
rematado el trabajo cotidiano y con más ganas de descansar
que de otra cosa, te ves agarrado al palo sin saber cómo
apañártelas, intentando dar esas vueltas alzadas
que tan fáciles te parecían, escapándosete
de las manos una y otra vez sin hallar la forma de evitarlo.
¡ Cuantas
veces te levantas desengañado !, tú no vales para
eso. En qué hora ofreció tu madre la promesa. Hasta
el muchachito lo hace mejor que tú.
El maestro
te consuela dándote ánimos: "Que eso les pasa
a todos, que debes perder el miedo..." Pero no te convence
mucho, ver como un hombre y entrado en años, puede levantar
el palo bien alto agitando el lienzo limpiamente como si fuera
una pluma y tu, un mozo sano y fuerte no puedes ni remedarle.
Después
de algunos días de aprendizaje, has logrado hacer esos
giros que tan difíciles te resultaban, por eso van sintiéndote
satisfecho. A partir de ese momento tienes mucho ganado, la confianza
en ti mismo, luego un poco de tesón y perfeccionamiento
y a lucir tus dotes de abanderado públicamente.
Cuando por
fin llega el gran momento y te sitúas delante de la carroza,
al comenzar a hacer las genuflexiones no puedes evitar que tus
manos tiemblen al sostener el asta, que recorra tu cuerpo un sudor
frío que te hiela la sangre, que se entremezclen en tu
ser sensaciones de euforia y angustia que te obligan a orar y
encomendarte a Dios. Pero no puedes pararte, te lo recuerda el
sonido del tambor que sientes como si formara parte de ti. Como
un autómata empiezas haciendo los giros de rigor; ora derecha,
ora izquierda, pronunciando esos chasquidos entrecortados que
a todos ponen la piel de gallina, envolviendo el tafetán
de un brazo a otro a modo de vendaje, marcando con mucha más
intensidad, al sentir el sonido de la corneta. Eres un coloso
en medio del gentío, rodeado de esa muchedumbre y pareces
estar a solas con el Cristo.
De pronto
cesa el sonido del tambor y a la vez que bates la bandera sales
del éxtasis en que estabas inmerso. Exhausto, con el corazón
en la boca y calado hasta los huesos, regresas al mundo real,
los aplausos del público te ayudan a ello. Has salido airoso
del reto y hasta te ha parecido oír la voz del Cristo dándote
la enhorabuena.
¡YA ERES
ABANDERADO DEL CRISTO DEL OLVIDO!.
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Autora: Mª Antonia Martín Macho
Tomado del Programa de Ferias y Fiestas de 1991 |